El biodiésel es un combustible alternativo producido a partir de materias primas orgánicas, como aceites vegetales (soja, colza) o grasas animales, que se procesan mediante un método llamado transesterificación. Este proceso elimina impurezas y convierte los lípidos en un líquido similar al diésel convencional, pero con ventajas ambientales clave: reduce hasta un 80% las emisiones de CO₂ respecto al diésel fósil y es biodegradable.
Puede usarse en motores diésel estándar sin modificaciones, lo que facilita su adopción. Aunque su producción compite en algunos casos con cultivos alimentarios, avances como el uso de residuos (aceite de cocina reciclado) o microalgas buscan minimizar este impacto.

Los ‘peros’ del biodiesel
El biodiésel se fabrica mediante el proceso de transesterificación, que convierte aceites vegetales como los de soja, palma o colza, grasas animales o incluso aceites de cocina usados, en ésteres metílicos aptos para mezclarse con el diésel convencional. La Unión Europea permite formulaciones que varían desde el B5 (5% de biodiésel) hasta el B100 (100%), aunque el uso exclusivo de biodiésel presenta limitaciones técnicas, como su menor estabilidad en climas fríos o la incompatibilidad con motores más antiguos. Su atractivo reside en el concepto circular de reutilizar residuos, aunque cuando se emplean materias primas vírgenes a gran escala, surgen nuevos retos.
El cultivo intensivo de palma y soja para la producción de biodiésel ha tenido un notable impacto en los ecosistemas. Según la FAO, entre 2000 y 2020 se perdieron 28 millones de hectáreas de bosques tropicales, sobre todo en el Amazonas y el sudeste asiático, para dar paso a plantaciones. Además, un informe del Instituto de Recursos Mundiales (WRI) advierte que, al contabilizar la deforestación, el biodiésel derivado de palma podría incrementar significativamente las emisiones de CO2 en comparación con el diésel fósil.

Por su parte, el Parlamento Europeo subraya el fenómeno del “cambio indirecto del uso de la tierra”, en el que la asignación de cultivos para combustible desplaza la producción alimentaria a otras áreas, lo que puede intensificar la deforestación.
Cultivos como la soja y la palma requieren una considerable cantidad de agua. En zonas ya afectadas por el estrés hídrico, este elevado consumo puede agravar la escasez, poniendo en tela de juicio la viabilidad de estos cultivos a largo plazo.
Aunque el biodiésel es efectivo en la reducción de emisiones de CO2, la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) ha señalado que puede producir mayores niveles de óxidos de nitrógeno (NOx). Estas emisiones están asociadas al smog, la lluvia ácida y problemas respiratorios, afectando de forma notable a las áreas urbanas con alta concentración de vehículos.

La expansión del biodiésel compite directamente con la producción de alimentos, ya que cultivos destinados a energía pueden desplazar a aquellos destinados al consumo humano. Tanto la FAO como estudios publicados en el Journal of Technology Management & Innovation evidencian que las políticas que favorecen los biocombustibles en países desarrollados han contribuido al aumento de precios y a la presión sobre recursos agrícolas.
La realidad del biodiésel demuestra que ninguna solución ‘verde’ es completamente inocua. Si bien aporta ventajas, su producción a gran escala con materias primas vírgenes plantea retos ambientales y sociales que requieren una gestión cuidadosa. Frente a las dificultades asociadas al uso de materias primas vírgenes en el biodiésel, se han desarrollado otras alternativas.
Los biocombustibles de segunda generación que utilizan residuos agrícolas, aceites residuales o algas, evitando la competencia con la producción alimentaria. El HVO o diésel renovable, elaborado a partir de hidrógeno y aceites residuales. Los combustibles sintéticos (mal llamados e-fuels) producidos mediante la captura de CO2 atmosférico.
Frente a ellos, los vehículos eléctricos e híbridos enchufables ofrecen una mejor alternativa puesto que suponen una disminución considerable de las emisiones locales, consolidándose como una opción clave en la diversificación de la matriz energética. En este contexto, el biodiésel debe considerarse un recurso transitorio, complementario a un abanico de tecnologías.