Cuando abres Google Maps, Waze o el navegador de tu coche eléctrico, un algoritmo decide tu ruta. No solo busca evitar atascos: la IA analiza tráfico en directo, meteorología, consumo energético, estilo de conducción, desnivel o estado de la batería. Y sí, si viajas en un coche eléctrico, también considera tu autonomía y eficiencia climática.
Lo que parecía una simple ayuda, se ha convertido en un complejo sistema que absorbe y gestiona miles de metadatos para aprender de tus hábitos, de los hábitos de los demás, los horarios, la época del año, o cualquier acontecimiento específico del días a día. De forma invisible, la inteligencia artificial reinterpreta el tejido urbano.

“Ciudades gobernadas por lógicas algorítmicas”
Carlo Ratti, profesor del MIT y director del Senseable City Lab, sostiene en proyectos como HubCab y DriveWAVE que estos algoritmos van más allá de guiar a los conductores; están reorientando la ciudad misma. “Cuando todo se vuelve autónomo, también se diluye la frontera entre transporte privado y público… podríamos atender la demanda urbana con apenas una quinta parte del número de coches actuales.”
El proyecto DriveWAVE, por ejemplo, experimenta intersections inteligentes, sin semáforos, donde la IA dirige el tráfico de vehículos, peatones y bicicletas, orquestando el flujo urbano en tiempo real. El proyecto demostró que, si todos los vehículos fueran autónomos bajo su sistema de gestión, el consumo de combustible podría reducirse en un 18 % y las emisiones de CO₂ en un 25 %, mientras que la velocidad media de los trayectos aumentaría un 20%. Pero lo más sorprendente es que controlar solo el 25 % de los vehículos ya genera la mitad de esos beneficios .
Este avance no proviene solo del coche eléctrico, sino del poder de una IA que coordina intersecciones, suaviza curvas semafóricas y gestiona flujos urbanos centralmente, provocando mejoras instantáneas en eficiencia.
Pero no todo son coches. El Copenhagen Wheel convierte una bici tradicional en un híbrido: almacena energía cinética, analiza tu trayectoria, integra GPS, tráfico e incluso contaminación. Fue diseñado por Ratti y Biderman en el MIT y lanzado en la COP15 en 2009, con pruebas que lo convirtieron en prototipo comercial.

Este proyecto anticipa una movilidad donde cada vehículo —sea auto, bici o patinete— es fuente de datos para mejorar la planificación urbana y la experiencia de usuario.
Carlo Ratti advierte de los límites de las cajas negras: “La IA prioriza la fluidez, no la justicia urbana.” Hay ejemplos reales: el atajo de Google que colapsó calles residenciales en Los Ángeles, o activistas en Berlín que usaron móviles para confundir algoritmos, provocando desvíos masivos. Incluso conductores de Tesla reportan rutas que drenan la batería más de lo esperado.
Pero también hay ejemplos optimistas. En Ámsterdam, Oslo o Helsinki se usan IA para priorizar transporte público, no solo el coche. En España, startups como GeoDB, Nommon, y DatActionS están implementando modelos para zonas de bajas emisiones, flotas eléctricas y rutas escolares, con criterios de equidad y eficiencia. Ratti, en sus proyectos, defiende un modelo transparente, ético y participativo, donde la tecnología se alinee con objetivos sociales .
Cada vez que activas una app para configurar una ruta, el sistema decide por ti. Y no solo por rapidez: también por eficiencia energética, impacto ecológico o congestión social. Pero, ¿queremos ser guiados o educados? Ratti nos señala el camino: “Se trata de reconciliar lo natural y lo artificial, y asegurar que la tecnología sirva a la gente, no al revés.”

La movilidad eléctrica y automatizada depende también de una IA responsable que sea auditable, ética y transparente. Proyectos como DriveWAVE y el Copenhagen Wheel muestran que es posible diseñar ciudades eficientes y vivibles. Pero sin participación ciudadana y sin entender por qué nos llevan por una u otra ruta, podríamos estar dejando el pulso urbano en manos de algoritmos.
En la próxima década, no solo se tratará de cargar coches, sino de cargar movilidad con valores: justicia, equidad y libertad con sentido. Porque cada ruta elegida revela qué tipo de ciudad queremos ser.