Mercedes-Benz ha hecho público un giro estratégico significativo: admitir que su reciente ofensiva en electrificación no conectó con una parte sustancial de sus compradores. En palabras de Markus Schäfer, miembro del consejo tecnológico de la compañía y, hasta ahora, director de tecnología, ha admitido que “nos hemos dado cuenta de que los conductores ya no quieren demostrar que conducen un vehículo eléctrico; simplemente quieren conducir un buen coche”.
Esta declaración viene acompañada de una revisión de su planteamiento de producto, especialmente en su línea EQ de vehículos eléctricos. Según la información, la decisión pretende corregir lo que la propia marca considera una “experimentación excesiva” con diseños y tecnologías que no resonaron con un segmento clave del mercado europeo.

Un diseño que no termina de gustar a sus clientes
Durante los últimos años, Mercedes-Benz se posicionó como pionera en la movilidad eléctrica premium a través de su familia EQ. Con estética futurista, interiores altamente digitales y arquitectura orientada al cambio, la marca buscaba liderar un nuevo paradigma en el segmento de lujo. Sin embargo, los responsables reconocen que esa apuesta provocó una desconexión con parte de su base de clientes tradicionales. “El cambio ha sido demasiado radical”, admite la marca.
En este contexto, la empresa ha comenzado a desandar ese camino. El próximo lanzamiento del Mercedes GLC eléctrico se presenta como el primer ejemplo visible de ese ajuste de rumbo. Según la fuente original, su diseño recupera líneas más sobrias, proporciones equilibradas y un lenguaje estético más cercano al legado de la marca.
Mercedes-Benz no solo revisa su estilo exterior, sino que también se compromete a no mezclar arquitecturas. El desarrollo de la plataforma MB.EA, concebida exclusivamente para eléctricos, es un pilar de esa estrategia. La declaración oficial señala que “no queremos coches de compromiso”, con lo que la firma se distancia del uso de plataformas mixtas (vehículos térmicos adaptados al eléctrico), que, según sus responsables— limitan autonomía, habitabilidad y escalabilidad.
Aunque Mercedes-Benz marca un nuevo rumbo, el camino no será sencillo. Primero, recuperar la confianza del cliente implica más que un cambio estético: garantía de autonomía real, infraestructura de carga, fiabilidad y servicio posventa siguen siendo factores clave que determinan la decisión de compra de un EV.
Segundo, el segmento premium eléctrico es cada vez más competitivo: marcas tradicionales y emergentes lanzan propuestas ambiciosas en autonomía, carga rápida y conectividad. Mercedes necesitará destacar también en eficiencia, tecnología y costes de uso.

Tercero, la transición interna a una plataforma como MB.EA exige inversiones elevadas, cadenas de suministro específicas (baterías, semiconductores, software) y una producción que garantice volumen y calidad. Un fallo en cualquiera de estos frentes podría empañar el cambio de imagen.
Este movimiento de Mercedes-Benz resulta especialmente significativo. Al reconocer públicamente que su ofensiva eléctrica no fue plenamente adecuada al mercado envía una señal de que las expectativas de los clientes están cambiando: no basta con que un coche sea eléctrico, debe cumplir las exigencias propias del segmento.
La firma abre la puerta a una fase de mayor madurez en la movilidad eléctrica premium: diseños más equilibrados, arquitectura dedicada y mayor cercanía al cliente pueden acelerar la adopción del vehículo eléctrico (EV) como alternativa real al diésel o gasolina, incluso en entornos de lujo.