Cuando un conductor conecta su vehículo eléctrico en un cargador español, difícilmente imagina que parte de esa energía pudo haber nacido en un punto del mar del Norte, a cientos de kilómetros. Allí se levantan los parques eólicos marinos más grandes del planeta, auténticas “fábricas de viento” capaces de generar electricidad suficiente para alimentar millones de hogares.
En el mar del Norte operan instalaciones como Hornsea 2, en Reino Unido, con 1,3 gigavatios de capacidad instalada, o Borssele, en Países Bajos. Solo en 2024, Europa superó los 20 GW de eólica marina en funcionamiento, según WindEurope, y se prevé multiplicar esa cifra por cuatro de aquí a 2030. Esta electricidad renovable no se queda en su país de origen: fluye a través de la red europea de interconexiones que conecta sistemas eléctricos nacionales, y que convierte la movilidad eléctrica en un fenómeno continental, más que local.

Las autopistas invisibles de la electricidad
La clave está en los cables submarinos de alta tensión en corriente continua (HVDC), auténticas autopistas energéticas que cruzan mares y fronteras. Uno de los ejemplos más emblemáticos es NordLink, un cable de 623 kilómetros que une Noruega y Alemania con capacidad de 1,4 GW. Gracias a él, la energía hidroeléctrica noruega puede equilibrar los picos de generación eólica alemana, garantizando un suministro estable.
Otros proyectos como BritNed (Reino Unido-Países Bajos) o I-FACTOR (Francia-Reino Unido) muestran hasta qué punto la electricidad ya no entiende de fronteras. España, tradicionalmente más aislada, está reforzando su papel en esta red: la interconexión con Francia por los Pirineos se está ampliando, y un nuevo cable submarino por el golfo de Vizcaya permitirá duplicar la capacidad de intercambio. Esto significa que, en el futuro, la electricidad generada en el norte de Europa podrá llegar con mayor facilidad hasta los cargadores españoles.
El vínculo entre eólica marina e infraestructura de recarga no es inmediato, pero sí determinante. Cada vez que el sistema eléctrico español recibe energía de sus socios europeos, se reduce la dependencia de fuentes fósiles internas y aumenta la cuota de renovables en la mezcla energética. Según datos de Red Eléctrica de España (REE), en 2024 la interconexión con Francia aportó hasta un 5% de la electricidad consumida en nuestro país en determinados momentos.
Esto tiene un efecto directo sobre la movilidad eléctrica: un coche cargado con electricidad renovable emite, de forma indirecta, hasta un 90% menos de CO₂ a lo largo de su vida útil en comparación con un vehículo de combustión, según la Agencia Europea de Medio Ambiente. Es decir, cuanto más viento y sol entren en la red, más limpio será el kilómetro recorrido por un coche eléctrico en España.

Dependencia compartida y seguridad energética
La guerra en Ucrania evidenció la vulnerabilidad de Europa frente al gas ruso y aceleró los planes para desplegar renovables y reforzar interconexiones. Los parques eólicos del mar del Norte se han convertido en piezas clave para esa transición, no solo como alternativa a los fósiles, sino también como fuente estable de electricidad para el sector del transporte.
Sin embargo, depender de una red tan interconectada plantea desafíos. Un fallo técnico en una interconexión puede afectar a varios países, y la seguridad de los cables submarinos se ha convertido en un asunto geopolítico. Bruselas ya trabaja en un plan para proteger estas infraestructuras críticas, conscientes de que en ellas descansa buena parte del futuro energético del continente.
Lo más interesante es que esta interdependencia está cambiando la forma en que percibimos la movilidad. Si antes un depósito lleno dependía de la gasolinera más cercana, hoy un coche eléctrico cargado puede estar conectado a decisiones políticas tomadas en Bruselas, a una turbina instalada frente a la costa danesa o a una inversión en el sistema eléctrico francés.
El ciudadano medio no ve el cable ni siente el viento, pero su vida cotidiana está entrelazada con ellos. El gesto de enchufar el coche se convierte así en un símbolo cultural: el de una sociedad que ya no depende de un combustible local, sino de una red transnacional que comparte recursos para avanzar hacia la sostenibilidad.

El futuro: de mar abierto a la calle
Los planes europeos apuntan a 110 GW de eólica marina en 2040. Para entonces, la electrificación del transporte habrá avanzado con más fuerza: solo en España, el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) prevé 5 millones de vehículos eléctricos circulando en 2030. Esa demanda solo podrá cubrirse con una red robusta y renovable.
El futuro de la movilidad eléctrica en España, por tanto, no depende únicamente de los paneles solares instalados en los tejados ni de los aerogeneradores de La Mancha, sino también de las turbinas que giran frente a Escocia o Dinamarca. La movilidad sostenible será, en esencia, un proyecto compartido entre países y ciudadanos, una historia escrita con viento y electricidad.