Hay proyectos por todo el mundo que merecen la pena conocer. En este caso, nos referimos a dos ideas pioneras de movilidad impulsadas por energía solar, que entre 2016 y 2017 fueron diseñados como “demostradores tecnológicos” en Francia y Australia, y mostraron las dificultades (y posibilidades) del uso directo de energía solar en el transporte.
Aunque no lo parezca, ambos proyectos tienen relación porque representan dos caras de la misma moneda. Dos intentos de usar energía solar en el transporte, uno con enfoque ambicioso y resultados decepcionantes, y otro más modesto pero exitoso. ¿Quién es quién?

Un proyecto muy ambicioso que no salió bien
En 2016, Francia se convirtió en el primer país del mundo en poner en marcha una autopista solar a gran escala, un proyecto ambicioso que pretendía cubrir un tramo de un kilómetro de la carretera nacional D5, en Normandía, con paneles fotovoltaicos.El objetivo era generar electricidad suficiente para abastecer el alumbrado público de una localidad de hasta 5.000 habitantes. Sin embargo, pese a la expectación inicial, los resultados no estuvieron a la altura de las expectativas.
Durante el primer año de funcionamiento, la producción eléctrica alcanzó los 150.000 kWh, en línea con las previsiones. No obstante, en los años siguientes, la eficiencia del sistema cayó en picado: 78.397 kWh en 2018 y poco más de 40.000 kWh en 2019. A esto se sumaron problemas estructurales en la propia carretera. El peso del tráfico pesado, como camiones y tractores, provocó un deterioro prematuro del pavimento, con grietas, desprendimientos y pérdida de adherencia en los paneles. Además, las tormentas eléctricas dañaron algunas secciones del tendido, lo que obligó a demoler 90 metros del tramo en mayo de 2018.
La acumulación de hojas, barro y suciedad redujo aún más la eficiencia de los paneles solares, que no podían limpiarse con facilidad por su integración en el firme. También se detectó un aumento del ruido de rodadura, lo que obligó a limitar la velocidad a 70 km/h para evitar molestias a los conductores. Todo ello derivó en una experiencia de uso deficiente tanto desde el punto de vista energético como del confort. Finalmente, se reconoció públicamente que la tecnología no estaba madura para su aplicación en carreteras reales y dejó de promover su comercialización, centrando sus esfuerzos en soluciones más pequeñas como marquesinas de autobús o señales de tráfico alimentadas con energía solar.
La otra cara de la moneda a 16.900 kilómetros de distancia
Mientras tanto, al otro lado del planeta, Australia avanzaba en otra dirección con un enfoque más pragmático. En diciembre de 2017, se inauguró en la localidad costera de Byron Bay el primer tren solar del mundo con operación regular. Se trata de una línea de apenas tres kilómetros entre el centro de la ciudad y la playa de North Beach, operada por la Byron Bay Railroad Company, una organización sin ánimo de lucro que restauró una locomotora diésel de 1949 para convertirla en una unidad impulsada por energía solar y baterías de iones de litio.

El sistema es sorprendentemente eficaz: el techo del tren alberga paneles solares de 6,5 kW, mientras que una marquesina en la estación ofrece otros 30 kW de generación. Gracias a esta combinación, más del 75% de la energía producida no se utiliza en la propulsión, sino que se devuelve a la red eléctrica local, convirtiendo el proyecto en un ejemplo positivo de generación distribuida. Además, el tren emplea frenada regenerativa para recuperar energía durante el recorrido, algo habitual en los trenes eléctricos modernos.
El tren solar de Byron Bay ha sido reconocido internacionalmente por su enfoque sostenible y por ofrecer una alternativa de transporte turístico con impacto ambiental prácticamente nulo. El proyecto recibió el Rail Sustainability Award en 2018, y desde entonces ha mantenido una operación estable, con tarifas accesibles (unos siete dólares australianos por trayecto) y una acogida muy positiva por parte de la comunidad y los visitantes. Aunque su escala es pequeña, ha demostrado ser viable, replicable y útil como escaparate de innovación tecnológica en el transporte.
A diferencia del experimento francés, que buscaba transformar una infraestructura crítica como las carreteras, el tren australiano partía de una idea modesta y de bajo riesgo, con un enfoque orientado al turismo y la sostenibilidad local. Esta diferencia en la escala, la ambición y el contexto explica en gran parte los resultados dispares de ambos proyectos. Uno aspiraba a revolucionar la movilidad nacional; el otro a ofrecer una solución funcional en un entorno limitado.
En definitiva, la autopista solar de Francia y el tren solar de Australia existen, pero sus trayectorias han sido muy diferentes. El primero supuso una llamada de atención sobre los límites de la tecnología actual y la necesidad de pilotajes más ajustados. El segundo ha demostrado que, en contextos adecuados, la energía solar puede ser no solo viable, sino incluso más eficiente que las fuentes tradicionales. Ambos proyectos, cada uno a su manera, ofrecen valiosas lecciones para el futuro del transporte sostenible.